Estoy a oscuras, vivo a oscuras. Prendo una vela y te vas materializando poco a poco tras la llama temblorosa.
Los primeros en presentarse son tus ojos almendrados. Curiosos, expectantes. Deseosos de oírme contar esas historias que inventaba para ti y ahora duermen enmudecidas en algún lugar por mí ignorado.
La llama danza en tus pupilas, que se mueven siguiéndome por la habitación. Mimosas, enojadas, traviesas. Me hacen reír. Bajito, para no despertar de nuevo los celos del destino por nuestra dicha.
Es tu boca la que me tienta después con su sonrisa. Una sonrisa serena que apenas asoma a tus labios, como si escondiera un secreto que nadie más que tú conoce.
El contorno ovalado de tu rostro de pómulos salientes atrae mis manos, que anhelan acariciarlo. Pero, juguetona, te escabulles entre mis dedos y tus alas te elevan por encima de mí.
De pronto, el viento golpea las contraventanas y entra furioso por las rendijas. Embiste la llama, que resiste con coraje hasta morir en la contienda. Y vuelvo a quedarme a oscuras. Entonces lo recuerdo. Tú ya no estás. Hace dos años el fulgor de tus ojos se apagó para siempre dejándome esta negrura en el alma. Hace dos años la luz de mi vida se apagó para siempre dejándome este desconsuelo en el corazón.
*Ejercicio elaborado en el grupo “Nosotras escribimos” a partir de la obra de Liu Yaming Cuaderno de retazos.
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