La caída de la noche había refrescado el ambiente del cálido agosto. Las luces de las farolas iluminaban el jardín mientras la luna contemplaba su rostro en el estanque de los nenúfares. Los asistentes a la fiesta se deslizaban por la pista improvisada junto a los pinos al ritmo de "Blank Space" de Tylor Swift: ellas, engalanadas con alegres colores y luciendo sus brillantes alhajas, semejaban sirenas; ellos parecían príncipes con sus trajes de etiqueta.
Atraída por la música, Amanda salió a la terraza. Llevaba un taje de noche rosa que apenas disimulaba sus formas regordetas. Permaneció junto a la balaustrada, desde donde se divisaba la pista de baile. En el centro de la misma vio a su hermano Ricky, que le estaba susurrando al oído a una joven a saber qué palabras. Amanda no pudo evitar fruncir el ceño al recordar que ella no estaba invitada a la fiesta. Bajó la vista y, al pie de la escalera, lo vio. No podía ser: llevaba todo el día rehuyéndole, mas él no se daba por vencido. Una farola iluminaba su elegante figura. Esbelto, con su esmoquin negro que hacía resaltar su blanca pechera, no le quitaba la vista de encima. Ella le dirigió una mirada cargada de enfado que hizo retroceder a Rodolfo unos pasos hasta quedar fuera del círculo de luz. Aprovechó la oscuridad para subir el primer escalón y aproximarse más a su adorada Amanda. Ella rechazó el acercamiento agitando la mano hacia delante, pero él no quiso percatarse del impertinente gesto y subió otros dos escalones. Amanda no podía tolerar que la contrariaran. Con los labios aún más fruncidos que su ceño le mostró su disgusto. Cual si una mayor repulsa fuese para Rodolfo el mayor de los acicates, salvó la pequeña distancia que le separaba de ella y, haciendo caso omiso de sus enfurecidas protestas, posó su noble cabeza en el hombro de su amada.
Los gritos de Amanda llamaron la atención de su madre.
—Amanda, ¿qué haces que no estás en la cama?
La niña se puso el chupete y alzó los brazos para que la cogiese. Su madre se la puso a la cadera y depositó un tierno beso en su pelo negro antes de dirigirse a la puerta acristalada del salón, mientras, Rodolfo, el fiel labrador, las seguía hasta el dormitorio de la pequeña Amanda moviendo la cola de gozo.
Ni imaginas mi sonrisa. Si Amanda fuera Lucía (mi nieta) y Rodolfo, Buddy. Sería biográfica Jajaja. La compartiré en el muro de mi hija. Gracias y un beso.
ResponderEliminarUn beso para ti. Me alegro que te haya gustado.
EliminarYa te lo comenté en tusrelatos.com, mas te vuelvo a felicitar por aquí. Magnífico desarrollo de la historia, plagada de pistas y detalles magníficos. Tu final hace que sea uno de los mejores relatos cortos que he tenido el placer de leer. Te aplaudo Ana.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo
EliminarQue elegante tu nuevo look. Un beso
ResponderEliminarUn beso para ti, Carlos
EliminarJA JA JA INCREIBLE MICRO, Al principio me fui con la idea de que estaba por leer otro de los relatos de Corin Tellado pero gracias por sacarme la sonrisa.
ResponderEliminarJA JA JA INCREIBLE MICRO, Al principio me fui con la idea de que estaba por leer otro de los relatos de Corin Tellado pero gracias por sacarme la sonrisa.
ResponderEliminarGracias, Miguel, por pasarte por aquí. Me alegro de que te haya gustado,
EliminarUn micro escrito por Ana Madrigal, un micro que está al nivel de los relatos más largos, aunque con algo a lo que no estamos acostumbrados en tus textos: los giros finales. Una atmósfera lograda mediante plásticas descripciones, y una escena tremendamente visible gracias a esas frases cortas y precisas que no shacen imaginarnos todo lo que ocurre, para luego llegar al final, y percatarnos de que todo lo que habíamos imaginado no era sí exactamente, por eso, yo al menos, lo leí por segunda vez, cambiando la imagen de Rodolfo por lo que ya sabes y que no revelo por si a alguien le da por leerse primero los comentarios.
ResponderEliminarAbrazo, María.
Muchas gracias, Ricardo. Me alegro mucho de que te haya gustado. Un abrazo
Eliminar