A la ciudad no le faltaba de nada, pese a ser tan pequeña: minúscula, diría yo. Su iglesia había sido sede catedralicia en el principio de los tiempos; cuando apenas un puñado de campesinos se reunían a rezar. A la Plaza Mayor se podía acceder por dos puertas que, como curiosidad, eran muy distintas. La Puerta Norte era el doble de ancha que la del sur porque, según se decía, por ella pasó el séquito de un rey medieval que iba persiguiendo a una princesa de un país oriental que no quería desposarse con el monarca. Esta puerta era un arco de medio punto, mientras que la Puerta Sur formaba un arco ojival. Por no faltarle, la pequeña ciudad tenía hasta dos periódicos locales: “Crónicas” y “Tribuna Libre“.
Estos dos rotativos llevaban más de diez años enzarzados en una encarnizada lid por sacar en portada la noticia más sensacional; aquella que dejara a los lectores sin palabras, que robara compradores al diario rival. Cada mañana, los habitantes de la ciudad se agolpaban expectantes ante el kiosco para dejarse sorprender con los titulares de los dos periódicos en liza. Cuando el Crónica titulaba “Un millonario saudí crea un reino en África para su hija de siete años”, Tribuna Libre contraatacaba con “Una gata abandona sus crías para amamantar tres cachorros de perro”. Al día siguiente, la noticia del rival era “Un niño de apenas dos años se lee la Enciclopedia Británica entera”. Y así, hasta el infinito. Los lectores se quitaban de las manos los periódicos, en busca del titular más extraño, y en las imprentas rugían por sacar más y más ejemplares.
Con el paso del tiempo, la gente empezó a cansarse de noticias que, por ser tan sensacionales, ya no les decían nada. En las redacciones de ambos periódicos, los plumillas casi enloquecían rebuscando entre los teletipos, en internet, en las calles aquella noticia que complaciera a sus respectivos jefes; mas ninguna les parecía lo suficientemente extraña, lo bastante original o realmente novedosa.
Una mañana, el director del “Crónicas” estaba frenético leyendo las noticias que le habían dejado sus colaboradores sobre su mesa. Una profunda arruga en mitad de la frente evidenciaba el disgusto que iba sintiendo a medida que avanzaba en la lectura. En el suelo, se esparcían papeles arrugados alrededor de la cesta a la que los iba lanzando. Se levantó con aire cansado y se dirigió a la ventana de su despacho que daba a la plaza. Durante casi un cuarto de hora, su mirada vagó entre las niñas que saltaban a la comba; los niños que jugaban a esconderse y a perseguirse; los viejos que se sentaban a la puerta de las casas en busca del sol de invierno; los jóvenes que paseaban de dos en dos. Miró hacia el cielo azulado y, con una sonrisa, volvió a sentarse. Retiró los papeles que aún se amontonaban en el escritorio y empezó a teclear en su ordenador.
Al día siguiente, el Crónicas se agotó. En su portada se podía leer: “Como ocurre siempre en febrero, las cigüeñas han vuelto a la ciudad”
Genial relato, me ha encantado.
ResponderEliminarMe has recordado la celebre fase de William Maxwell Aitken
“Si un perro muerde a un hombre, no es noticia, pero si un hombre muerde a un perro, eso sí que es noticia.”
Felicidades
Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado.
EliminarQue poético final, si miráramos mas al cielo nos iría mejor. Felicitaciones. Un beso.
ResponderEliminarPD: deberías poner una foto de perfil mas grande.
Gracias, Carlos. Voy a intentar arreglarlo.
ResponderEliminarHas quedado hermosa. Un beso
EliminarGracias, Carlos. Me estás ayudando mucho. Un beso
EliminarCon un tono sereno, calmado, de observador, nos narras los acontecimientos de un pueblo, con una ambientación excelente, y con un final hermoso y potente. Saludos, María.
ResponderEliminarMil gracias, Rivardo. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn relato divertidísimo con fina ironía. Bienvenida al mundo de los blogs. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo, Alejandro
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